La tercera orilla del río; por Carla Guimarães

La tercera orilla del río; por Carla Guimarães

Recuperamos un texto que fue escrito tras el Séptimo Congreso Mundial de Hearing Voices, hace ya casi un año. Si todas las miradas hacia nuestro colectivo de personas psiquiatrizadas fuesen como la de Carla, su autora, sería posible creer que la vulnerabilidad es propia de la condición humana, y que son los psiquiatras, con sus diagnósticos y tratamientos, quienes construyen la división artificial entre personas “sanas” y “enfermas”.

El primer relato que leí del gran autor brasileño Guimarães Rosa cuenta la historia de un hombre que construyó una pequeña embarcación y se fue a vivir en mitad de un río. Su familia le miraba asustada desde una orilla. El pueblo buscaba una explicación razonable para una decisión tan absurda. El objetivo del hombre parecía ser mantenerse en mitad de la nada, mientras el agua pasaba, como pasa el tiempo. Su actitud generaba una incomprensión tan profunda, que la gente decidió olvidarle y su familia no volvió a hablar de él. El personaje de ese famoso relato vivía en la tercera orilla del río, un lugar habitado por muchas otras personas, igualmente incomprendidas y olvidadas, comúnmente tachadas de locas.  He leído miles de veces esa historia, que me atrapa y me fascina, y miles de veces me he preguntado por que no somos capaces de entender al hombre que vive en mitad del río.

La locura es la más humana de las experiencias, me dijo una gran amiga que trabaja en un centro de día que atiende a personas diagnosticadas con enfermedad mental en la Comunidad de Madrid. Atiborrados de pastillas que callan las voces que propiciaron su diagnostico, los usuarios de ese centro viven agarrados a una orilla del río, temiendo regresar al medio de las aguas. Yo les entiendo, la sociedad no está educada o preparada para lidiar con la más humana de las experiencias. La simple mención de la palabra esquizofrenia genera alarma social. La prensa la utiliza a menudo para justificar delitos bárbaros. Como si la locura fuese razón suficiente para explicar cualquier acto criminal. Como si la locura fuera el propio motor del crimen.

La primera vez que visité el centro donde trabaja mi amiga fue para dar una clase de escritura. Me encontré con personas muy parecidas a mí, a mis amigos y a mi familia, pero con una gran diferencia: sus vidas se resumían a la enfermedad y a su tratamiento. Una vez diagnosticados, ellos se habían convertido solo en eso: en enfermos. Y peor, en enfermos mentales. El estigma de la enfermedad mental es enorme y la medicación juega un papel importantísimo en la vida de los diagnosticados. “Ni contigo ni sin ti” se titulaba uno de los textos producidos en el curso. Su autor hablaba de su experiencia con la medicación psiquiátrica. Las pastillas le atontan, le adormecen, le engordan y le paralizan, decía. El texto termina cuando su protagonista las tira a la basura. Segundos después regresa y las recoge. Las pastillas callan las voces que tanto daño le han hecho y que han convertido su vida en un boceto de vida, en un dibujo mal acabado de lo que sería una vida de verdad. El protagonista no puede vivir sin las pastillas, no puede volver a escuchar las voces. ¿O sí?

La misma amiga que me invitó a dar las clases de escritura en el centro me presentó una noche a un grupo de personas con quienes estaba montando un congreso. Después de unas cuantas cervezas y muchas risas, ella me preguntó qué me había parecido sus amigos. Sin dar mucha importancia a la pregunta, le respondí bromeando: unos locos. Y ella me miró asustada: ¿cómo lo sabes? Lo cierto es que no lo sabía. Las personas que conocí aquella noche formaban parte de un colectivo llamado “Escuchadores de Voces”. El grupo exhibía con orgullo lo que mi alumno tanto temía. Para ellos, escuchar voces no era un problema ni el indicio de una terrible enfermedad, sino una experiencia que debe ser integrada en la vida con naturalidad. El grupo no existe solo en España, son una red mundial de personas que han decidido remar de vuelta al centro del río sin miedo de ser arrastrados por las aguas. Según ellos, la psiquiatría tradicional trata la escucha de voces como un síntoma que debe ser combatido. Para el grupo, lo importante es entender de donde han salido esas voces y aprender a administrarlas para poder llevar una vida normal. Yo no he pasado por la experiencia de escuchar voces ni soy psiquiatra, por lo que no podría defender lo que plantean unos ni los otros. Lo que sí puedo decir es que las personas que conocí en ese grupo no se parecían a mis alumnos del centro de día. La principal diferencia era que llevaban una vida completa, tenían trabajo, pareja, familia, responsabilidades, mientras mis alumnos se habían convertido en enfermos crónicos.

En una charla en Madrid, la presidenta de la red inglesa de escuchadores de voces, Jacqui Dillon, explicó que las voces normalmente surgen después de un evento abrumador y traumático. El fenómeno, de acuerdo con ella, también está muy conectado a la soledad, al miedo, a la vergüenza y a la sensación de impotencia. Dillon escucha voces desde que era una niña y jamás han desaparecido. Nadie que la mire hablar, con tanta soltura, encanto e inteligencia, podría adivinar que está diagnosticada de esquizofrenia. El principal motivo es porque Dillon no es una enferma. Es una mujer que escucha voces y, en lugar de callarlas, decidió integrarlas en su vida.

El pasado fin de semana centenares de escuchadores de voces y profesionales de la salud mental se dieron cita en Alcalá de Henares, en el Séptimo Congreso Mundial de Hearing Voices. Los grandes protagonistas de ese encuentro no fueron las estrellas de la psiquiatría, sino los llamados “enfermos mentales”. Los que escuchan las voces y que, paradójicamente, casi nunca son escuchados. Otro autor brasileño, Machado de Assis, cuenta en “El Alienista” la historia de un medico que construye un manicomio para tratar a los locos de su ciudad y termina encerrando a casi todo el pueblo. Ante la imposibilidad de recluir tamaña cantidad de gente, el protagonista llega a la conclusión de que lo normal es el desequilibrio. Si la locura es, como dice mi amiga, la más humana de las experiencias, quizás haya llegado el momento de dejar de verla como algo ajeno, distante e incomprensible. Quizás haya llegado el momento de aceptar que los ríos tienen tres orillas.

* Carla Guimarães es una escritora y periodista brasileña que vive en Madrid.